El Louvre alberga más de 35.000 obras de arte… ¡es imposible contemplarlas todas en una sola visita! Por eso, es importante hacer una selección que evite sufrir una indigestión artística. En este artículo vamos a ayudarte a responder las siguientes cuestiones: ¿Qué obras son las que valen más la pena? ¿Cuáles son las piezas imprescindibles del Louvre? ¿Qué es lo que no me puedo perder del Louvre? Cualquier selección va a dejar fuera auténticas joyas de las colecciones del museo pero, asumiendo el riesgo, hemos preparado nuestra lista de obras imprescindibles en el Louvre.
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15 obras más importantes del Louvre
- La Gioconda – Leonardo da Vinci
- La balsa de la Medusa – Théodore Géricault
- Las bodas de Caná – Veronese
- La Victoria de Samotracia
- La Venus de Milo – Alejandro de Antioquía
- La coronación de Napoleón – Jacques-Louis David
- La Libertad guiando al pueblo – Eugène Delacroix
- Los caballos de Marly – Guillaume Coustou
- El león de Monzón
- Retrato de una joven
- Los toros alados
- El esclavo moribundo – Miguel Ángel
- El escriba sentado
- La Encajera – Johannes Vermeer
- El juramento de los Horacios – Jacques-Louis David
La Gioconda – Leonardo da Vinci
No hacen falta demasiadas presentaciones cuando hablamos de La Gioconda. ¿Quién no ha oído hablar de ella y ha quedado fascinado con la historia de la Mona Lisa?
Se trata de una obra que justifica un viaje hasta París solo para contemplarla en directo. Es cierto que la admiración que suscita conlleva el inconveniente de una gran aglomeración de visitantes, por eso recomendamos una visita planificada al Louvre para tener mayor comodidad.
La pintura de La Gioconda representa el retrato de la joven Lisa Gherardini, esposa de Francesco del Giocondo. Su autor es el genio Leonardo da Vinci (1452 – 1519), quien la pintó al óleo sobre una tabla de álamo de 77 por 53 cm entre los años 1503 y 1519.
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Dos elementos significativos de la pintura son, por un lado, la misteriosa sonrisa de la joven, que ha hecho correr ríos de tinta y, por otro, la culminación de la técnica del sfumatto llevada a cabo por Da Vinci, que permite un fondo difuminado en el que la figura de la modelo queda realzada.
Una sonrisa enigmática
Si hay algo que ha fascinado a los que han podido admirar el cuadro de la Mona Lisa es la expresión de su sonrisa, considerada enigmática. ¿Realmente la modelo está sonriendo, o tiene un deje de amargura? De hecho, se llegaron a procesar sus expresiones faciales con técnicas avanzadas de software para intentar despejar las dudas. La conclusión alcanzada por el programa fue que la Mona Lisa está un 83% feliz, un 9% disgustada, un 6% temerosa y un 2% enfadada. ¿Tú que opinas?
Curiosidades relacionadas con La Gioconda
Hay anécdotas, referencias y curiosidades de la Mona Lisa en abundancia. No en vano, es uno de las obras de arte más famosas del mundo. Ha sido fuente de inspiración para todo tipo de artistas que han reinterpretado el cuadro. Quizás la más icónica de las interpretaciones sea la realizada por el artista pop Andy Warhol.
El 21 de agosto de 1911, Vincenzo Peruggia, exempleado del Museo del Louvre, se llevó la obra con la intención de trasladarla a Italia. Después de 2 años y unos meses, la pintura fue recuperada y devuelta al museo.
En la novela El código Da Vinci, de Dan Brown, se sugiere la presencia de un mensaje secreto en la tela. Escáneres y análisis con rayos infrarrojos lo descartaron totalmente.
¿Sabías que existe una copia de La Gioconda realizada en el mismo taller y momento que la original? Se la conoce por La Gioconda del Prado, ya que se encuentra en el fabuloso museo de Madrid.
Comprar entradasLa balsa de la Medusa – Théodore Géricault
Lo primero que capta nuestra atención cuando nos detenemos delante del cuadro son sus dimensiones, pues esta gran obra mide 4 metros de alto por 7 de ancho. Lo segundo, es la gran fuerza que desprenden todos los elementos que aparecen en la obra.
Y si esta primera visión no es suficiente para impactar, seguro que hay un factor que acaba por sobrecogernos: el tema elegido por el pintor Théodore Géricault está basado en hechos reales.
La obra fue la aportación del pintor francés al Salón de 1819 y la elección del tema es muy relevante. Se debe tener en cuenta que por entonces la mayoría de pinturas eran religiosas o representaban a monarcas franceses. Al escoger un asunto de actualidad, Géricault no solo daba a conocer al mundo una tragedia que ponía de manifiesto la ineficacia de la política francesa, sino que criticaba directamente al rey Luis XVIII. ¿Por qué? Porque el motivo de la partida de esta embarcación en 1816 era la recuperación del control de las antiguas propiedades de Francia en África.
Al mando de la fragata Medusa, el rey colocó al oficial de marina Chaumareys, quien cometió tal multitud de errores de navegación que acabó llevando a la embarcación a encallar. Las casi 400 personas que iban a bordo empezaron a vivir una situación dramática cuando comprobaron que no había suficientes botes salvavidas. Este hecho llevó a la construcción de una balsa, sobre la que consiguió escapar un grupo de 150 personas. Hay que señalar que antes los oficiales ya habían abandonado el barco en los pocos botes salvavidas disponibles.
La escena representada es crítica por la situación de los náufragos, pues en la época ni por asomo existía algo parecido al Open Arms. Pese a todo, el autor evita plasmar la crudeza auténtica (enfermos, peleas, supuesto canibalismo…) y ofrece una visión esperanzada y hasta cierto punto bajo control, dentro de la desgracia.
Las bodas de Caná – Veronese
El inmenso cuadro pintado al óleo por Paolo Veronese es el resultado de 15 meses de trabajo intenso para cumplir el encargo que recibió desde el convento benedictino de San Giorgio, en la ciudad de Venecia. Finalmente, el año 1563 estregaba el lienzo de 6,7 por 9,9 metros, una obra enorme de casi 70 m². En el encargo quedaba estipulado que mientras trabajara en la tela tendría la manutención asegurada en el convento; al finalizar, cobraría por el encargo 324 ducados y un barril de vino.
Y el vino precisamente es un elemento clave en la historia que nos explica el pintor acerca de la celebración de unas nupcias en la localidad de Caná (Evangelio de Juan 2:1-11), en las que Jesús obra el primero de sus milagros convirtiendo el agua en vino.
Podemos observar dos partes diferenciadas; abajo, las mesas dispuestas para el banquete con Jesús en el punto central de la escena y, encima del extenso grupo de personas celebrando, separados por una balaustrada, otro conjunto de personajes que aparecen recortados por un cielo azul al fondo. A los lados hay elementos arquitectónicos típicos del estilo manierista que emulan las formas del arquitecto Palladio. El cuadro se expuso en el convento, colgado a considerable altura, hasta que Napoleón lo sustrajo en 1797 lo y envió a Francia.
La Victoria de Samotracia
El vicecónsul francés Charles Champoiseau desenterró la Victoria alada de Samotracia en el año 1863, cerca del santuario de los Grandes Dioses de la isla de Samotracia, localizada al norte del Mar Egeo. En principio se trataba de fragmentos sueltos, pero pronto se evidenció que aquello podría ser un gran descubrimiento.
Con el hallazgo, Champoiseau mató dos pájaros de un tiro, ya que en primer lugar la escultura le granjearía el favor de Napoleón (amante de las antigüedades y ávido expoliador de obras con destino al Museo del Louvre) y, por otro, pasaría a la posteridad como un muy destacado amateur de la arqueología.
Sea como fuere, ahora la extraordinaria escultura de casi tres metros de altura se ha convertido un referente entre las obras de la Antigüedad clásica y es, sin duda, una de las esculturas más famosas del Louvre. Y aunque nunca se encontró la cabeza, la recomposición de las piezas, incluyendo la base que simula la proa de una nave, es una de las obras imperdibles del Louvre.
Esculpida aproximadamente en el año 190 a. C., impresiona observar la delicadeza del trabajo realizado sobre el mármol de Paros en el que el cuerpo de la mujer, lleno de dinamismo, aparece cubierto por un ropaje que se le adhiere graciosamente, perfilando el vientre y los muslos.
La «versión» de la Victoria de Samotracia que se expone ahora en lo alto de las escaleras Daru del Louvre es fruto de la restauración realizada en el año 2014 y costó nada menos que 4 millones de euros, empleados en gran medida a limpiar y volver a hacer relucir el material original. Dos curiosidades: puedes ver una copia de la escultura en el Palacio de Versalles, y ¿sabías que una de las manos sueltas pertenecientes a la figura alada de la diosa Niké se encuentra guardada en el museo?
La Venus de Milo – Alejandro de Antioquía
La escultura de la Venus de Milo fue hallada por un campesino en el año 1820 cerca de la localidad de Plaka, capital de la pequeña y preciosa isla de Milo, perteneciente al archipiélago de las Cícladas. Poco tiempo después, apenas unos meses más tarde, viajó desde Grecia rumbo a Francia y se registró su entrada en el Museo del Louvre.
Desde aquel momento la fama de esta pieza escultórica no ha hecho sino acrecentarse, hasta ser considerada como una de las referencias más destacadas de la creación helenística y uno de los iconos del museo, con permiso de La Gioconda, claro.
¿Qué representa la Venus de Milo? La obra fechada alrededor del año 120 a.C. y atribuida a Alejandro de Antioquia representa a Afrodita, diosa del Amor (Venus en su nombre latino), aunque hay dudas acerca de si podría representar a la diosa Artemisa, a una Danaide o incluso a la diosa del mar Amphitrite, que fue venerada en la isla de Milo. Al estar incompleta, sin brazos, se pierde la referencia de si sostenía un arco, una manzana (clara alusión al juicio de Paris) o algún otro objeto que automáticamente se asociaría a una diosa determinada de la mitología griega.
Lo que sí es indiscutible es la calidad de la obra, en la que los expertos encuentran referencias de estilo de los grandes maestros griegos, como Praxíteles o Fídias. Los elementos que sitúan a la Venus de Milo en el período de los siglos III y I a. C. son, entre otros, la composición en espiral, la posición de la figura en el espacio tridimensional y el cuerpo alargado de pecho pequeño. La diosa parece capturada en el tiempo como en una instantánea, intentando que los ropajes no se deslicen del todo, revelando su completa desnudez, que por otra parte contrasta con el fino trabajo de los pliegues de tejidos y efectos de luz tan elaborados.
La coronación de Napoleón – Jacques-Louis David
La monumental pintura al óleo de 6,2 por 9,7 metros, encargada a Jacques-Louis David por el mismo Napoleón, es una obra excepcional en la que se mezcla a la perfección el arte con un detallado relato político y simbólico.
Después de su proclamación como Emperador (Empereur des Français), Napoleón Bonaparte fue coronado en una ceremonia llena de pompa y grandeza en la famosa catedral parisina de Notredame. La celebración tuvo lugar el 2 de diciembre de 1804 y congregó a la flor y nata de la sociedad francesa de antaño. Entre la concurrencia no faltaba el propio Jacques-Louis David.
Siguiendo las instrucciones del protagonista indiscutible del cuadro, el pintor armó una composición con una precisión de relojero. El desafío al que se enfrentaba era producir una obra monumental que glorificase el evento y ocupase un lugar único en la historia de la pintura. El lienzo alberga más de cien figuras, compitiendo con el más famoso de los cuadros de Veronese, cada una de ellas trabajada conforme a su estatus social y político, con los objetos simbólicos acordes y el gesto apropiado.
Bajo la atenta mirada del papa Pío VII vemos a Napoleón ya coronado. Lo ha hecho él mismo, para marcar distancias con la Iglesia, y se dispone a colocar otra corona a la Emperatriz, Josefina de Beauharnais. Es un gesto que lo humaniza; le presenta con una imagen más noble y menos autoritaria.
Jacques-Louis David terminó la pintura en 1807 y Napoleón quedó satisfecho a tenor de sus palabras: «¡Qué alivio, qué veracidad! Esto no es una pintura; uno puede caminar en esta imagen». Más adelante, el pintor realizó una copia de La coronación de Napoleón destinada al Palacio de Versalles.
La Libertad guiando al pueblo – Eugène Delacroix
La Libertad guiando al pueblo, también conocida como La barricada (1831), le valió la Cruz de la Legión de Honor a su autor. Es un cuadro pintado al óleo de grandes dimensiones (2,6 por 3,2 metros) que constituye una llamada a la lucha por la libertad de carácter universal.
En la obra se representa la revolución de 1830 contra el rey Carlos X, último rey Borbón de Francia. La libertad, una esbelta muchacha que sostiene la bandera francesa en una mano y un fusil de la época en la otra, capitaliza la escena con gran energía. Se diría que nos invita a unirnos a la acción antes de que nos pase por encima la masa enardecida.
Los conocedores de la ciudad de París pueden reconocer en el fondo la silueta de la catedral de Notredame, en una de cuyas torres ondea la bandera revolucionaria.
Cada uno de los personajes del cuadro representa un estrato de la sociedad y todos se disponen en una calculada composición piramidal cuya base, sembrada de cadáveres, es como un pedestal sobre el que se eleva la imagen de los vencedores. La estructura planteada por Delacroix recuerda sin duda a la empleada por Géricault en La balsa de la Medusa, mencionada anteriormente.
La excepcional escena, llena de emociones y cantos a la libertad, parece anticiparse varios siglos a otro de los cuadros más universales de la historia: el Guernica, del español Pablo Picasso.
Los caballos de Marly – Guillaume Coustou
Contemplar los Caballos de Marly, realizados por Guillaume Coustou, es revivir la fuerza de la naturaleza en todo su esplendor. Quedarás impresionado con la energía desplegada por los animales y los esfuerzos de los palafreneros para retenerlos. Una representación de la naturaleza primitiva, una lucha entre dos fuerzas primarias, un caballo salvaje con mirada tensa y un hombre desnudo, con los músculos en tensión por el esfuerzo de intentar contener al equino.
La ubicación en el museo, en la sala de esculturas de la Ala Richelieu, no hace sino acrecentar la majestuosidad de las obras. Y el emplazamiento es ideal, pues permite la coincidencia con otros caballos esculpidos bien conocidos; los realizados por Antoine Coysevox, tío de Coustou, además de otras esculturas maravillosas.
Estamos ante una verdadera proeza técnica; dos obras colosales trabajadas a partir de un bloque monolítico del famoso mármol de Carrara, y realizadas en el tiempo récord de dos años (entre 1743 y 1745).
¿Por qué se conoce a los dos grupos escultóricos de casi 3,5 metros de altura como los Caballos de Marly? La razón es que en primera instancia fueron esculpidos para ser colocados en el Palacio de Marly por encargo del rey Luis XV. Pero no permanecieron mucho tiempo allí, ya que en 1795 fueron transportados, por indicación del pintor Jacques-Louis David, a la Place de la Révolution (ahora Place de la Concorde), a la entrada de los Campos Elíseos. Muchos años después, en 1984, llegaron a su emplazamiento actual y definitivo, el Museo del Louvre.
El León de Monzón
El llamado León de Monzón es una pieza singular que procede de España, concretamente del pueblo de Monzón de Campos, en Palencia. Se trata de un aguamanil que decoraba la fuente de la fortaleza de la localidad. Se presupone que antes de castillo, la edificación fue un palacio islámico, que fue tomado por los cristianos a principios del siglo XI.
Es de las pocas obras realizadas en metal (bronce fundido) en todo el Occidente islámico de los siglos XII y XIII que se conservan, y por eso es una pieza excepcional. Sus medidas son de 31,5 centímetros de alto por 54,5 de largo y se aprecia un fino trabajo decorativo que recubre el cuerpo de la fiera.
Como curiosidad, hay que mencionar que antes de aterrizar en el museo francés la pieza perteneció al pintor Mariano Fortuny (1838 – 1874), nacido en Reus.
El león lleva una serie de buenos deseos grabados: Baraka kamila / Na’ima shamila (bendición perfecta, felicidad completa). Extendemos los buenos deseos y la felicidad a los que vayan a visitar el fantástico Museo del Louvre.
Retrato de una joven
La pieza conocida como L’Européene en francés, es una obra de arte que nos habla de la inmortalidad, temática clave en muchas de las piezas artísticas de la antigüedad en Egipto.
Se desconoce el autor que pintó con maestría el rostro de la joven sobre madera de cedro, usando la técnica de la encáustica (pigmento disuelto en cera). La función primigenia de la pintura era la de representar la fisonomía de la persona difunta sobre la que se colocaba cuidadosamente. El retrato coincidía con la ubicación de la cabeza de la momia correspondiente. De todos los retratos de momias de El Fayum (región de Egipto), la de la mujer que nos ocupa es uno de los más sobresalientes y singulares.
Con los ojos ligeramente desplazados a la derecha, la joven no mira directamente al espectador. Este detalle, inusual en los retratos de momias, ciertamente contribuye a la fascinación que ejerce este rostro de gran belleza. El acicalamiento, el peinado, ropajes y joyas en oro realzan el rostro de la mujer y son el mejor complemento de lo que vendría a ser un selfie para la eternidad.
Los toros alados
Los conocidos Toros alados del Louvre son un conjunto de figuras monumentales cuyo emplazamiento original era la ciudad de Khorsabad, en el actual Irak. Representan a los Lammasu, una divinidad protectora encarnada en un cuerpo mezcla de toro, águila y ser humano.
Era común encontrar estas figuras en las puertas de las ciudades, pues con su magia ahuyentaban a los malos espíritus y a los hombres que querían atravesar las murallas con malas intenciones. En este caso, las esculturas estaban ubicadas en las puertas de la ciudad de Dur-Sharrukin, fundada por Sargón II hacia el año 713 a. C.
Las excavaciones realizadas por Paul-Emile Botta en la zona, a partir de 1843, permitieron sacar a la luz algunas de las obras que acabaron en el Museo del Louvre. El descubrimiento y traslado de obras de arte a capitales europeas era algo habitual antaño; algo que hoy sería difícil de aceptar. En todo caso, se da la paradoja de que en la actualidad los islamistas radicales se han dedicado a destruir o dañar severamente algunas de las joyas del patrimonio histórico iraquí.
Frente a los Toros Alados, y si visitamos el Louvre con buenas intenciones, disfrutaremos con la observación del trabajo artístico de cada parte de su anatomía: el fino detalle de las barbas y la corona emplumada en la cabeza, el portentoso cuerpo musculado o los pliegues de las plumas de las alas de una rapaz son deliciosos.
¿Te ha parecido notar un movimiento en las figuras? La explicación está en las cinco patas del Lammasu. De frente parece estático, pero si lo observamos de lado da la impresión de que anda pausadamente.
El esclavo moribundo – Miguel Ángel
El esclavo moribundo es una pieza realizada en mármol blanco por Miguel Ángel; Michelangelo Buonarroti en el idioma de Pirandello. Emprendió su talla en 1513, poco tiempo después de concluir los trabajos de su célebre y mundialmente conocida Capilla Sixtina del Vaticano.
En el Louvre se expone al lado de otra escultura; el Esclavo rebelde. Ambas debían formar parte de un extenso conjunto escultórico destinado al sepulcro del Papa Julio II, pero el proyecto se fue retrasando en repetidas ocasiones y nunca adornaron la tumba del poderoso papa, como estaba previsto.
De forma parecida a otras piezas importantes, el rastro de las esculturas aparece por media Europa hasta cruzar las puertas del Museo del Louvre, en el año 1794.
En El esclavo moribundo apreciamos un joven de gran belleza en una composición marcada por un suave movimiento y torsión, con un acusado contrapposto que dota a la figura de interés en todos los planos. La postura recuerda la iconografía propia del martirio de San Sebastián.
Los esclavos son dos de las grandes obras escultóricas de Miguel Ángel, que junto a su David (Florencia) y la fabulosa Piedad (Ciudad del Vaticano) sitúan a su autor en el pedestal de los grandes escultores de todos los tiempos.
Visita guiada en español
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El escriba sentado
El misterio rodea la escultura del Escriba sentado del Louvre, ya que se desconoce con exactitud su autoría, a quién representa (nombre, cargos o títulos), el lugar exacto de su descubrimiento (dentro de la necrópolis de Saqqara) y cuándo se realizó. Aun hoy bailan las épocas; podría tratarse de una obra datada entre los años 2480 y 2350 a. C., por lo que no está claro a qué dinastía se debería asociar.
Impertérrito y sin inmutarse por nada, el escriba persiste en su postura sedente clásica del oficio que representa, cumpliendo a la perfección su rol de obra de carácter funerario. Queda claro su cometido, ya que apoya en su regazo un papiro parcialmente desenrollado. La mano derecha seguramente sostenía un pincel, que ahora ha desaparecido. Las extremidades y las manos muestran un gran detalle y delicadeza.
Probablemente lo que más llama la atención de la escultura es la vivacidad de la mirada; una auténtica maravilla montada en un bloque de magnesita blanca veteada de rojo, combinada con toques de pintura. La chispa que transmite nos transporta miles de años atrás hacia el apogeo del mundo egipcio.
La Encajera – Johannes Vermeer
La encajera o La encajera de bolillos es una de las pinturas más celebradas del pintor holandés Johannes Vermeer. Una obra de su madurez (hacia el año 1670), realizada al óleo y montada sobre madera. No es de gran tamaño (mide 23,9 cm de alto por 20,5 cm de ancho), pero no por ello deja de ser una pintura espléndida que merece estar entre las mejores obras del Museo del Louvre. De hecho, es la tela más pequeña de las que pintó Vermeer en su prolífica carrera.
A simple vista, y sin ser un entendido en arte, se aprecia que la obra tiene algo especial. De entrada, el encuadre y la temática tienen un aire muy moderno, casi se diría que «actual» si se pudieran sustituir la ropa y los elementos decorativos.
Vemos una joven totalmente concentrada en realizar sus labores, en una referencia a las costumbres y virtudes asociadas a las mujeres de la burguesía. Todo el cuadro respira concentración y parece que el silencio se ha apoderado por completo de la estancia.
Destacamos de la pintura el tratamiento excelso que hace de la luz el pintor y la elección de una paleta de colores que permite realzar la figura y crear el clima de recogimiento apropiado. Vermeer juega con maestría en diferentes planos que añaden profundidad a la escena y consigue unos efectos ópticos inauditos hasta ese momento. Se diría que consigue imitar las deformaciones ópticas naturales propias del ojo humano en beneficio de la obra pictórica; lo que hoy en día vendría a ser un novedoso filtro de Instagram nunca visto.
Las pinturas de Vermeer, y en especial el cuadro de La encajera, causaron una gran admiración a pintores impresionistas como Renoir o el genio Vincent van Gogh.
Otra obra del mismo autor que no te puedes perder, en la segunda planta del Ala Richelieu del Louvre, es el cuadro titulado El astrónomo.
El juramento de los Horacios – Jacques-Louis David
Esta pintura de Jacques-Louis David es una de las grandes obras imperdibles en la primera planta del Museo del Louvre. Se trata de un lienzo de 3,3 metros de alto por 4,2 de ancho que relata el juramento de los hijos de Horacio antes de enfrentarse a la familia de los Curiacios. Esconde un auténtico dilema moral y un drama, pues existen fuertes lazos sentimentales entre ambas familias, que a su vez son los representantes en la lucha que se desata entre las ciudades de Roma y Alba Longa.
Una de las hermanas de los Curiacios, Sabina, está casada con uno de los Horacios, mientras que una de las hermanas de los Horacios, Camila, está prometida a uno de los Curiacios. Pero se impone el deber sobre las emociones y los tres hermanos irán a la batalla; por eso el juramento se interpreta como una alegoría sobre la lealtad al estado y, por lo tanto, al monarca francés Luis XVI. Estamos ante lo que se denomina pintura moralista, con claros componentes políticos. No en vano, Le Serment des Horaces, acabada en 1784, aparece en un contexto social que anticipa la Revolución Francesa.
En un plano más formal, vale la pena mirar con detenimiento el trabajo llevado a cabo en el planteamiento del cuadro. Las figuras masculinas están encajadas en formas rectilíneas, mientras que las mujeres muestran curvas y contornos suaves. ¿Se te van los ojos hasta las espadas? Es la magia de la perspectiva y la perfecta composición de Jacques-Louis David en esta obra considerada el paradigma de la pintura neoclásica.
Más adelante David pintaría La coronación de Napoleón, otro lienzo mayúsculo que puedes contemplar en el museo.
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¿Y el Código de Hammurabi? ¿Y El baño turco de Ingres? ¿Y las pinturas de Arcimboldo? ¿Y la escultura de Canova Psique reanimada por el beso del amor? Efectivamente, todas ellas son piezas increíbles, pero elegir las obras de arte top del Louvre implica forzosamente no mencionar auténticas joyas del museo parisino. Por suerte, cada uno puede elaborar su propia lista de imprescindibles para visitar en el Louvre.
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